El régimen porfirista
continuo con muchas de las ideas y anhelos del liberalismo mexicano: paz, orden
y lo que seria su meta central: el crecimiento económico. Pero el precio que se
pago por ello fue muy alto, pues estos avances no tuvieron contraparte en la democratización
política y el poder quedo concentrado en manos del decano dictador y de un
puñado de hombres cada vez menos representativos de la compleja y cambiante
realidad.
Peor
aun, a mayoría de los mexicanos –los campesinos e indígenas- estaba sumida en
el miseria, la ignorancia, la desigualdad y la falta de una esperanza; ni
siquiera tenia cabida en el diseño modernizador que se fue instaurando en el país.
Aun cuando este deterioro político y social será la raíz mas profunda de la Revolución
de 1910, la chispa que la haría estallar provino de un representante de sus
capas más ricas e ilustradas: Francisco I. Madero, un hacendado joven e
idealista quien se atrevió a retar al régimen.
Para
sorpresa de muchos, Madero encontró un franco apoyo en ciertos pequeños
poblados. El sistema que parecía tan solido y respetable se desmorono con
rapidez asombrosa.
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